Una colección de historias, anécdotas, reflexiones y chorradas varias sin más objetivo que entretener

martes, 17 de enero de 2012

"La historia de Loso" y el cumpleaños de mi hermana M.

Hoy es el cumpleaños de mi hermana pequeña M., que tiene ya nada menos que 29 palos. Como ya he hecho en anteriores ocasiones, quería darle mi pequeño homenaje también por aquí. Ojo, eso no significa que no le haga otros regalos, no soy tan rancio, sólo se trata de un detallito más. A mi hermana le gusta la música pero nunca ha sido muy fan de nadie, así que al contrario que en otras ocasiones en las que he puesto alguna canción, he pensado que lo mejor que podía hacer era rescatar un cuento que escribí cuando cumplió 25 años, una historia que me inventé sobre el origen de su muñeco de peluche favorito, Loso. Sé que no es un relato que vaya a ganar algún concurso, pero lo que sí es seguro es que está hecho con cariño y amor. Así que ahí lo dejo. Muchas felicidades M., ojalá cumplas muchos más y yo esté contigo celebrándolo.


"Soy un oso de peluche, ya bastante mayor, propiedad de una dueña muy simpática. M., así se llama, me recibió hace muchos años cuando era una niña y me mantiene todavía siendo ya toda una mujer (hoy cumple 25 años). La que viene a continuación es la historia de mi vida.
Nací (en realidad fui fabricado, pero el trato que he recibido toda mi existencia ha sido muy humano) en una fábrica de juguetes de Elche y mi nombre era Oso gris nº 9906753, en una serie de más de 10.000 osos como yo. Allí, antes del envío a las tiendas, hice mucha amistad con mis hermanos 9906752 y 9906754, los que eran contiguos a mi posición. Teníamos una relación muy estrecha ya que, en las condiciones en las que nos encontrábamos (apilados en un almacén), no sabíamos qué nos depararía el futuro y esperábamos con una mezcla de ansiedad, tensión y miedo. Posteriormente me enteré de que 9906752 fue a la mansión de una niña rica que lo colmó de atenciones pero cuyo doberman lo redujo a trocitos pequeños, una vida intensa pero breve. Por su parte, 9906754 terminó en la oficina de objetos perdidos del aeropuerto de Barajas porque la madre de la niña que era su dueña le obligó a ésta a facturar al pobre 54 (nos llamábamos por los dos últimos números porque así era más cómodo) y un empleado se confundió al trasladarlo con el resto del equipaje. Sin duda el más afortunado de los tres fui yo.
Después de nuestro nacimiento (o fabricación, como se prefiera), estuvimos cerca de un mes en el almacén y de allí nos enviaron a distintas partes de España en pequeños grupos para ir cumpliendo los pedidos recibidos por la empresa que nos fabricó. Yo viajé por carretera con unos 200 osos más, de los que la mayoría se dirigía a centros de El Corte Inglés. El viaje se me hizo eterno porque mis compañeros 52 y 54 ya no estaban conmigo. Al llegar a Madrid, el camión que nos transportaba se dirigió en primer lugar al centro de almacenaje de El Corte Inglés y de allí nos fue llevando al resto a nuestros respectivos destinos. A mí me tocó una pequeña juguetería situada en el P. de E., cerca de la antigua P. del Á.. Allí no lo pasé muy bien, los juguetes somos muy nuestros y cada uno hace la guerra por su cuenta, así que, como la tienda era muy pequeña y no había muchos peluches, me sentí muy solo. Afortunadamente estábamos cerca de las Navidades, por lo que tenía muchas esperanzas puestas en que alguien me comprara y saliera de allí. A pocos días de final de año, J. y P., los padres de M., se acercaron a la tienda y me compraron para su hija. Yo diría que fue amor a primera vista porque nada más verlos entrar tuve la sensación de que mi futuro estaba con ellos, además luego noté, por la forma con la que me miraban, que el sentimiento era recíproco. Al llegar a la casa de J. y P. (no muy alejada de la tienda) me di cuenta de que había tenido mucha suerte, no sé explicarlo, pero había algo en el ambiente que me indujo a pensar que sería feliz con aquellas personas, pese a que todavía me quedaba por conocer al resto de la familia. Al hermano de M., Rísquez, lo conocí a la vez que a su hermana y quizá fuera el único punto negro de aquella familia porque tuvo una época en la que le dio por jugar al boxeador y yo era su “sparring”, aunque, a pesar de eso no era mal chaval. Bueno, volviendo a la historia, tuve que esperar escondido en un armario hasta el día de Reyes para saber quién sería mi dueña a partir de entonces.
M. era una niña pequeña que me recibió como el mejor de los regalos, con los ojos abiertos como platos, sorprendida por lo grande que era (para ella entonces era un gigante), y con una sonrisa de oreja a oreja. Aquella alegría inicial se prorrogó de tal manera que pronto empezó a hacerme sentir parte de su vida. Yo diría que fui el mejor amigo de M. durante bastante tiempo (evidentemente ella para mí también lo fue) e hicimos un montón de cosas juntos: me llevaba a todas partes, jugábamos con el resto de los muñecos (éstos sí eran muy majos, se notaba que los habían elegido a conciencia), comíamos juntos, tomábamos el té, hacíamos nuestras necesidades ya que, además, M. se preocupaba mucho de mi higiene y me mantenía muy limpio (me limpiaba los restos de pis y de caca). Pero, sin duda, lo más bonito que hizo M. por mí fue darme un nombre: Loso.
Como el resto de personas (adultos) se referían a mí como “el oso” y M. era muy pequeña, ella entendía “Loso” y así que me quedé pese a los esfuerzos de J. con M. para que comprendiera que eran dos palabras y no una sólo. El problema que tenía J. era que no entendía que para M. no era “el oso”, si no Loso, el nombre que ella me había dado, mi nombre.
El trabajo de los juguetes, a menos que seamos heredados por otros niños, es como el de los profesionales del deporte, son años intensos pero pocos. Así sucedió conmigo, M. se hizo mayor y dejó de jugar con muñecos, algunos de mis amigos se tuvieron que ir, pero el vínculo especial que siempre nos unió a M. y a mí se mantiene vigente hasta ahora, cuando ella cumple 25 años y yo disfruto de una cómoda jubilación."


Fdo. Loso

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