El último libro que he leído, el que hace el número 107 en mi lista de libros leídos durante 2011, ha sido “Ordeno y mando”, de la escritora belga Amélie Nothomb. No es el primer libro que leo de esta peculiar autora (de hecho me he leído casi todas sus novelas) por lo que no me ha sorprendido nada que me haya gustado, ya que, sabiendo cómo escribe, daba por hecho que lo que iba a leer me iba a resultar entretenido.
La gente que me conoce seguro que me ha oído más de una vez la frase “yo no leo mujeres”. Bueno, así sacada de contexto parece que tengo algún tipo de prejuicio machista pero en realidad no es así. Lo que sucede es que, bajo mi punto de vista, la mayoría de las mujeres escritoras que se publican (al menos en este país) en general pertenecen a una especie de subgénero dentro de la literatura, pseudofeminista y pseudohistórico. Me refiero en concreto a ese tropel de Matildes Asensis, Julias Navarros, Marías Dueñas y demás. Gente que escribe best-sellers de dudosa calidad (en esa descripción también metería a hombres tan ¿reputados? como el adocenado Pérez Reverte o el repetitivo Ken Follet) en los que sistemáticamente la protagonista es una mujer (además una mujer siempre de armas tomar: guapa, inteligente, con estudios, valiente…Vamos, una superheroína) que afronta peligros, aventuras y situaciones completamente inverosímiles no sólo por la vacuidad de la trama (situación más que frecuente) sino generalmente por la carencia de rigor histórico, ya que suelen colocar a estas supermujeres en épocas históricas pretéritas en las que la mujer carecía de voz y mucho menos de voto, con lo que las características que las adornan son tan ficticias que no hay parte de la narración que se sostenga. Además suelen estar escritas con una carencia enorme de talento gramático y narrativo (lo que viene a significar que su capacidad de vocabulario y de redacción se quedó en preescolar), además de presentar personajes repetitivos, tópicos y planos (todo esto ocurre con sus compañeros masculinos de best-sellers que he nombrado antes, no hay diferencia de sexo en la vulgaridad de su literatura), por lo que la experiencia me resulta muy poco atrayente. Como esos libros tristemente se venden como churros y no tanto los trabajos de autoras que tienen cosas de veras interesantes que leer, el mercado se copa de escritoras mediocres (con los hombres que se salen del guión habitual no pasa porque se publica a muchos más hombres que mujeres, eso sí es machismo). Esa es la razón de mi frase “yo no leo mujeres”, lo que no impide que sí lea a autoras como Patricia Highsmith, Siri Hustvedt, Fred Vargas o la misma Amélie Nothomb.
Portada de la edición cara de "Ordeno y mando" de la editorial Anagrama |
La gente que me conoce seguro que me ha oído más de una vez la frase “yo no leo mujeres”. Bueno, así sacada de contexto parece que tengo algún tipo de prejuicio machista pero en realidad no es así. Lo que sucede es que, bajo mi punto de vista, la mayoría de las mujeres escritoras que se publican (al menos en este país) en general pertenecen a una especie de subgénero dentro de la literatura, pseudofeminista y pseudohistórico. Me refiero en concreto a ese tropel de Matildes Asensis, Julias Navarros, Marías Dueñas y demás. Gente que escribe best-sellers de dudosa calidad (en esa descripción también metería a hombres tan ¿reputados? como el adocenado Pérez Reverte o el repetitivo Ken Follet) en los que sistemáticamente la protagonista es una mujer (además una mujer siempre de armas tomar: guapa, inteligente, con estudios, valiente…Vamos, una superheroína) que afronta peligros, aventuras y situaciones completamente inverosímiles no sólo por la vacuidad de la trama (situación más que frecuente) sino generalmente por la carencia de rigor histórico, ya que suelen colocar a estas supermujeres en épocas históricas pretéritas en las que la mujer carecía de voz y mucho menos de voto, con lo que las características que las adornan son tan ficticias que no hay parte de la narración que se sostenga. Además suelen estar escritas con una carencia enorme de talento gramático y narrativo (lo que viene a significar que su capacidad de vocabulario y de redacción se quedó en preescolar), además de presentar personajes repetitivos, tópicos y planos (todo esto ocurre con sus compañeros masculinos de best-sellers que he nombrado antes, no hay diferencia de sexo en la vulgaridad de su literatura), por lo que la experiencia me resulta muy poco atrayente. Como esos libros tristemente se venden como churros y no tanto los trabajos de autoras que tienen cosas de veras interesantes que leer, el mercado se copa de escritoras mediocres (con los hombres que se salen del guión habitual no pasa porque se publica a muchos más hombres que mujeres, eso sí es machismo). Esa es la razón de mi frase “yo no leo mujeres”, lo que no impide que sí lea a autoras como Patricia Highsmith, Siri Hustvedt, Fred Vargas o la misma Amélie Nothomb.
Una vez hecha la aclaración sobre mis gustos (literarios) sobre mujeres, paso a contar cosas sobre la autora y sobre el libro en cuestión. Resulta que, al contrario de lo que sucede con los libros que he denostado en el párrafo anterior, en las novelas de Amélie Nothomb los personajes (incluyendo sus obras de marcado tinte autobiográfico) son tremendamente originales (casi hasta raros) pero a la vez son muy cercanos, por lo que el lector se siente profundamente atraído y también identificado de algún modo. Sus novelas son casi siempre cortas (no suele llegar a las 200 páginas) y se leen con mucha velocidad, porque están escritas de manera muy fresca y resultan fáciles de leer, en absoluto pesadas. Además, exceptuando sus libros medio autobiográficos (digo medio porque son historias reales en las que la manera de contarlo es lo que resulta más literario), en cada libro te encuentras personajes completamente diferentes, con lo que la experiencia de leer cualquier novela suya siempre es distinta (además es muy prolífica, cada año saca un libro). No sé si será por su singular educación y sitios en los que ha vivido (nació en Japón y vivió allí hasta los 8 años, además de residir en EE.UU., Laos, o Birmania porque es hija de un diplomático belga) o por los trastornos que haya podido tener (creo que sufrió problemas de alimentación en plan anorexia o bulimia, ninguna tontería precisamente), pero el caso es que se trata de una figura singular, que resulta difícil de clasificar y casi imposible de comparar con otros autores.
El único pero que le encuentro a los libros de la gran Amélie es que la traducción de sus novelas, llevada a cabo principalmente por Sergi Pamiés, está continuamente trufada del habitual error que cometen algunos catalanes cuando hablan castellano al dotar de plural al verbo "haber", cosa que en catalán sucede pero en castellano es una falta de ortografía de considerables dimensiones. Un ejemplo de esto puede ser: "Hubieron cosas que no me gustaron" (Error, se dice "hubo" y no "hubieron"). Pues como éste había (que no "habían") muchísimos errores en todos los libros traducidos por Sergi Pamiés, espero que alguien de la editorial se dé cuenta y lo corrija porque la verdad es que, hablando mal y pronto, queda como el culo.
En “Ordeno y mando”, como sucede en otras novelas suyas, Nothomb, a traves del personaje protagonista Baptiste Bordave (un hombre, ahí ya se ve que no es una de esas pseudofeministas reivindicadoras de la exclusividad del protagonismo para una mujer) aborda uno de esos "y si" que a veces cruzan nuestra mente de manera insospechada. En este caso, lo que le sucede al bueno de Baptiste es que, al día siguiente de asistir a un encuentro social en el que un desconocido le previene sobre qué hacer si alguien se muere en tu casa, se encuentra con tan desgraciada coincidencia (un fulano de nombre Olaf Sildur se muere justo después de llamar a la puerta de casa de Baptiste) y afronta el "y si de repente dejara mi vida anterior y asumiera la vida de este extraño...". A partir de ahí, la autora hace que nos embarquemos en las peripecias del renombrado Olaf mientras trata de descubrir quién era la persona de la que se ha apropiado la identidad. Y hasta ahí puedo contar. Para mí el resumen es que es un libro muy entretenido, ameno, fácil de leer, agradable y al que merece la pena dedicar el tiempo. Dentro de la irrealidad de la situación, el desarrollo de la historia no resulta absurdo, sino simplemente original y aunque no va a cambiarte la vida, ni mucho menos, el rato que dedicas a leer este libro se te hace de lo más placentero (lo mismo digo de prácticamente todos los otros de Amélie Nothomb que me he leído).
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