La verdad es que no recuerdo desde cuándo escribo (me refiero a ficción) pero supongo que debió ser en los últimos años de instituto según me iba acercando al fatídico día en el que empecé la universidad (¿he dicho que soy ingeniero?), aunque lo que sí que tengo claro es que aún sin escribirlas, he montado historias en mi cabeza desde que tengo uso de razón. Supongo que aunque fabular es algo que todo el mundo hace a menudo, la cantidad de historias curiosas (una manera muy bonita de denominar a las chorradas) que se me ocurren a lo largo del día es bastante considerable como para considerarla normal. De hecho, desde hace ya bastante tiempo, cuando se me ocurre alguna idea la escribo en el móvil para tratar de desarrollarla con calma.
Ojo, esto no significa que tenga talento alguno para la escritura, soy perfectamente consciente de mis limitaciones. Estoy convencido de que algunas de las cosas que escribo son buenas (alguna puede que muy buena), algunas malas (y las hay muy malas) y que la mayoría son mediocres (de esas que ni fu ni fa). Además, mi capacidad de desarrollo de una historia con coherencia no va más allá de un cuento de dos páginas, según me alejo de ahí lo que pueda escribir se podría almacenar en un vertedero literario.
Desde hace algún tiempo no me paro a escribir ninguna de las chorradas que me rondan por la cabeza y eso es algo que no me gusta. De hecho, una de las razones que tenía en mente relacionadas con la idea de escribir en un blog era la de retomar la actividad de escribir pequeños cuentos a partir de esos pensamientos que apunto a menudo en el móvil. Espero que todo aquel que lea los cuentos que publicaré aquí se dé cuenta de que no tengo ningún tipo de ambición literaria y que lo hago exclusivamente por afición, así que espero que las críticas no sean feroces, jejeje. Bueno, el primero de los cuentos (mejor dicho, microcuentos) se llama "¿Cuándo empezaste a leer?" y es el siguiente:
“¿Cuándo empezaste a leer?”, me preguntó mi hijo de nueve años. “Cuando leí el libro del abuelo Matías”, le respondí. Yo tenía más o menos la edad de mi hijo cuando, tras una larga enfermedad, murió mi abuelo. Fue entonces, durante el engorroso reparto de las pertenencias del difunto, cuando mi abuela me dijo, colocando un libro en mis manos: “Tu abuelo habría querido que te quedaras con él”. No podía creer que aquel entrañable viejecito que no había ido jamás a la escuela, hubiera podido escribir ni una sola frase entera sin faltas de ortografía, y sin embargo, allí lo tenía, ajado y sin tapas, pero todo un libro que había salido de sus manos. Devoré sus páginas y me picó el gusanillo de la lectura, que aún me dura. Tardé algunos años en saber que aquellas fascinantes aventuras en un viaje alrededor del mundo las había escrito Julio Verne.
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