Siempre
me he considerado un buen lector, uno de esos cuyo número de libros leídos (de
los buenos, eh, no de baratillo) está bastante por encima de la media. De hecho
leo mucho más que la mayoría de la gente que me rodea, incluso, precisando aún
más, podría decir que leo mucho más que todos las personas que conozco excepto
una, mi amigo M.. No creo que haya nadie que lea más que él. Desde que lo
conozco no recuerdo haberlo visto sin un libro en la mano. Si quedas con él
siempre está esperando en el sitio de encuentro, leyendo completamente
ensimismado. Si se dirige a cualquier lugar lo hace siempre en transporte
público, ya sea metro o autobús, enfrascado en la lectura aunque tenga que ir
de pie. Incluso, desde hace ya bastantes años, ha desarrollado la sorprendente
capacidad de leer mientras camina, con lo que es capaz de seguir con las
narices entre el libro cuando otros lo cierran.
Evidentemente tener a un amigo así tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Por ejemplo, es muy difícil que te leas un libro y él no se lo haya leído o no sepa algo del mismo, con lo que siempre puedes charlar con él sobre lo que has leído recientemente y te ha gustado. Además sabes que pedirle consejo a él para comprar un libro es garantía de éxito, porque tiene la rara habilidad de, con una serie de preguntas concretas, escoger la historia más adecuada para la persona en cuestión. Lógicamente cuando te regala un libro sabes que te va a encantar, y lo mejor es que no falla nunca. Sin embargo sabes que no puedes regalarle libros, porque en el mejor de los casos la sorpresa no existe (porque lo conoce) y la mayoría de veces fracasas (lo tiene o lo ha leído). Por otro lado es bastante extremista con el tema de los libros y se niega a salir de la lectura en papel, alegando que un aparato electrónico no es un libro, igual que un robot jamás será una persona.
El caso es que mi amigo M., que vive solo aunque acompañado de miles de libros en varias lenguas (lee en español, inglés y francés), hace unos meses que debido a la criminal crisis económica (aunque la mayor parte de los delincuentes se haya ido de rositas) que sufren los países industrializados (los subdesarrollados viven en crisis, nosotros las tenemos de manera temporal) tiene lo justo para vivir y poder pagar los gastos de la luz, el agua, el gas y la feroz hipoteca. Puede sonar triste decirlo pero cuando uno tiene que comer no puede pagar cosas que de imprescindibles se vuelven superfluas, como el teléfono fijo y móvil, internet, o, como es el caso que nos ocupa, los libros que uno lee. Por eso, la última vez que lo vi le pregunté a mi amigo M. cómo afrontaba el problema de leer en la actualidad, si había dejado de hacerlo, se dedicaba a releer lo que ya tenía o si los leía prestados de bibliotecas. Su respuesta me resultó un prodigio de ingenio. Me dijo:
Evidentemente tener a un amigo así tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Por ejemplo, es muy difícil que te leas un libro y él no se lo haya leído o no sepa algo del mismo, con lo que siempre puedes charlar con él sobre lo que has leído recientemente y te ha gustado. Además sabes que pedirle consejo a él para comprar un libro es garantía de éxito, porque tiene la rara habilidad de, con una serie de preguntas concretas, escoger la historia más adecuada para la persona en cuestión. Lógicamente cuando te regala un libro sabes que te va a encantar, y lo mejor es que no falla nunca. Sin embargo sabes que no puedes regalarle libros, porque en el mejor de los casos la sorpresa no existe (porque lo conoce) y la mayoría de veces fracasas (lo tiene o lo ha leído). Por otro lado es bastante extremista con el tema de los libros y se niega a salir de la lectura en papel, alegando que un aparato electrónico no es un libro, igual que un robot jamás será una persona.
El caso es que mi amigo M., que vive solo aunque acompañado de miles de libros en varias lenguas (lee en español, inglés y francés), hace unos meses que debido a la criminal crisis económica (aunque la mayor parte de los delincuentes se haya ido de rositas) que sufren los países industrializados (los subdesarrollados viven en crisis, nosotros las tenemos de manera temporal) tiene lo justo para vivir y poder pagar los gastos de la luz, el agua, el gas y la feroz hipoteca. Puede sonar triste decirlo pero cuando uno tiene que comer no puede pagar cosas que de imprescindibles se vuelven superfluas, como el teléfono fijo y móvil, internet, o, como es el caso que nos ocupa, los libros que uno lee. Por eso, la última vez que lo vi le pregunté a mi amigo M. cómo afrontaba el problema de leer en la actualidad, si había dejado de hacerlo, se dedicaba a releer lo que ya tenía o si los leía prestados de bibliotecas. Su respuesta me resultó un prodigio de ingenio. Me dijo:
M. - Por si no lo recuerdas, hago listas de libros y autores desde siempre,
y a la hora de comprar iba con ellas y me llevaba siempre un lote de varios
libros para no tener que ir continuamente a comprar más. Pues ahora hago lo
mismo, pero calculo de manera precisa cuánto tiempo me va a llevar leer cada
libro. De este modo, lo que hago es comprarlos, leerlos y, tras haber sido
mucho más que exquisito en su cuidado, los devuelvo a la tienda donde los haya
comprado. Ya me conoces, a mí me gusta leer libros que estén nuevos y eso es
imposible de hacer cogiéndolos de una biblioteca. Así sigo leyendo lo que yo
elijo y no gasto nada. Eso sí, sigo un par de reglas a rajatabla. En primer
lugar sólo lo hago en centros grandes (El Corte Inglés, La Casa del Libro,
FNAC, etc.) porque no creo que haciendo lo que hago les pueda causar mucho
estropicio. En segundo lugar, siempre pago en metálico, para que no quede
registro alguno en ninguna parte de lo que hago y menos en mis tarjetas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario