Ante la disyuntiva estúpida de quién ha sido mejor, Maradona o Messi, los defensores del Pelusa soltaban como un mantra que Messi no había ganado un Mundial. Como si ese hecho te convirtiera en mejor o peor jugador. Ryan Giggs jamás jugó un Mundial, y es mil veces mejor jugador que Álvaro Arbeloa, que lo ganó (sin jugar un minuto), así que el argumento es falaz como él solo. Yo no puedo comparar entre ambos porque a Maradona lo he visto en vídeos en su mejor época y en directo en su decadencia, pero a Messi lo he "sufrido" toda su carrera. Es el mejor jugador de fútbol que he visto jamás, y eso no cambia por ganar un Mundial. En cualquier caso, ya tiene ese Mundial. Su Mundial, además.
La final Argentina - Francia ha sido, probablemente, la mejor final de la historia de los Mundiales. Tuvo de todo: dominio alterno, ventajas, remontadas, prórroga, penaltis, polémica... Para un espectador neutral o casi neutral como yo (no voy a mentir, prefería que perdiera Argentina, sólo por no aguantar cuatro años de coñazo) fue un espectáculo fantástico. Eso sí, en realidad la diversión empezó en torno al minuto 80 de partido.
Hasta ese minuto, Argentina dominó de cabo a rabo el partido y el marcador, primero con un penalti inexistente (Di María se tira y al caer roza la pierna de Dembelé) y luego con una contra de fantasía tras un robo que culminó el mismo Di María. 2-0 al descanso y partido controlado. Controladísimo incluso. Scaloni le ganó la partida táctica a Deschamps desde el inicio y los franceses se mostraban completamente inoperantes.
Y aquí es necesario hacer un inciso. ¿Cómo puede ser que alguien tan mediocre como entrenador tenga el premio de ser seleccionador de Francia? Es más, en esa categoría de entrenadores mediocres podríamos hacer el triplete del Mundial, con Tite en Brasil, Santos en Portugal y Deschamps en Francia. Tres selecciones para hacer dos onces aspirantes a la victoria final, jugadores de máximo nivel mundial, pólvora arriba... Y con entrenadores con nula capacidad táctica o estratégica, incapaces de preparar soluciones para situaciones comprometidas y extremadamente amarretes. Sus equipos avanzan a pesar de la inutilidad de sus entrenadores, que toman decisiones que parecen en contra de sacar algo positivo. Cada vez que toman una decisión que se sale un poco del esquema mental que tienen pensado, la cagan. Tite con 1-0 en la prórroga, en vez de tratar de matar a Croacia teniendo el balón, se echa para atrás y los croatas terminan empatando. Santos buscando el empate frente a Marruecos hizo cambios de de nombres, no de posición, retirando incluso a delanteros cuando los lusos eran incapaces de rematar siquiera. Y Deschamps... Le vino Dios a ver en cuartos contra Inglaterra (con el penalti fallado de Kane) y en semifinales contra Marruecos, pero en la final se le vieron las costuras de mala manera.
Perdiendo 2-0, con los jugadores incapaces de mantener el balón, sobrepasados en todos los duelos con los argentinos, Deschamps quita a su delantero referencia (Giroud, cuatro goles en el Mundial) y a Dembelé, y saca otros dos delanteros (Thuram y Muani), como si el fracaso de su propuesta se debiera a eso y no a la incapacidad de salir de la presión o que su mejor creador de juego (Griezmann) ni la oliera. Argentina se paseó por el césped durante 80 minutos gracias al genial planteamiento táctico de Scaloni y a la ineptitud de Deschamps. Ojo, que Scaloni no es que sea el paradigma del juego bonito. Para nada. Su Argentina es un equipo rocoso, en el que nueve jugadores presionan hasta la extenuación y en el que Messi funciona de catalizador absoluto del juego. Cuando la presión baja, ya sea por exceso de confianza (como contra Arabia Saudí) o por empuje rival (contra Holanda o Francia en la final), ahí ya se le ven las costuras. No tienen excesivo dominio de la pelota (atrás quedó la época de excelentes peloteros argentinos) y sin la presión se convierten en un equipo vulgar. El dominio de Argentina viene exclusivamente del empuje y las ganas, lo que los italianos llaman "grinta", pero no del juego fluido.
Y llegamos al minuto 80. Argentina no empujaba con las mismas ganas (Di María ya estaba en el banquillo exhausto) y en una jugada aislada, Kolo Muani en un forcejeo con Otamendi se va al suelo. Penaltito (como otros tantos pitados en este Mundial, incluidos los cinco a favor de Argentina) que Mbappé manda a guardar. Y en dos minutos, con el monstruo despierto, la debacle. Mbappé baja un balón con la cabeza, busca la pared, recibe balón por alto y sin dejar que éste caiga, lo manda con una buena volea a la red. Empate. Prórroga. Vuelta a empezar. La final comienza de nuevo.
Pero recomienza con Giroud, Dembelé y Griezmann (sí, Griezmann) fuera del campo. Yo escribí en ese momento, el del cambio de Antonio, que era la primera vez que veía dimitir a un seleccionador en pleno partido. Me reafirmo. Ese cambio resume la incapacidad de Deschamps para gestionar un equipo de altísimo nivel. Francia demostró que las únicas alternativas que había manejado eran que le llegara alguna pelota a los buenos. Y ya. Eso le valió para empatar (dos veces), pero no para matar en la prórroga a una Argentina que, estando tiesa, se puso por delante sólo con las ganas de ganar. Messi encontró el gol en una jugada de puro pundonor que pudo ser la guinda del Mundial, pero el codo de Montiel a la salida de un córner permitió a Mbappé firmar un hat-trick. Así que nada, los penaltis. Y eso que en el último segundo el Dibu Martínez impidió la gloria gala sacando el tiro de Muani.
Y en los penaltis ganó el que mejor había jugado, el que más hambre tenía, y, sobre todo, el que mejor los tiró. Dibu Martínez, tan buen portero parapenaltis como insufrible macarra maleducado, atajó uno a Coman y Tchouaméni mandó fuera otro, mientras que Lloris no pudo evitar ninguno. 4-2, final, Argentina justo campeón.
Ha sido un gran Mundial, el más goleador de la historia, con grandes partidos, emoción, prórrogas, penaltis, sorpresas, revelaciones... Si no hubiera sido en Qatar, con la corrupción detrás y las muertes de trabajadores, podría decirse que ha sido todo perfecto, pero claro, no es así.
Volviendo al tema deportivo, ha sido el Mundial de Messi. El argentino cierra el círculo y ya puede, si quiere, irse a su casa sin ningún reproche. Sin ser determinante todo el tiempo, ha sido decisivo en momentos puntuales, como en los penaltis o en la ya famosa jugada de semis frente a Croacia. Han surgido nombres nuevos, de gente más o menos conocida, pero que se ha destacado en el Mundial, como el caso de Julián Álvarez o Enzo Fernández en Argentina, Gvardiol y Livakovic en Croacia, Gakpo en Holanda, Gavi en España, la selección de Marruecos y algún otro que seguro me dejo por el camino.
Nos quedan ahora un año y medio hasta la Eurocopa de Alemania y tres años y medio de espera hasta el siguiente Mundial en América del Norte. Esperemos que entonces los nuestros estén más acertados que en este campeonato.
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