Empezamos a buscar piso a primeros de septiembre, es decir, hace dos meses. Dos meses no es tanto tiempo, teniendo en cuenta que uno no visita pisos todos los días, ni mucho menos, y, sin embargo, nos hemos encontrado ya con varias anécdotas dignas de mención. Está siendo esto tan divertido (desde afuera) que algún amiguete de esgrima cuando me ve, me pregunta si tengo alguna historieta nueva. A ver, es cierto que la crisis económica, la subida de los intereses de las hipotecas, el incremento del precio de los alquileres, la querencia al ladrillo, las empresas buitres, y otras mil cosas no ayudan a encontrar un piso decente por un precio razonable en la bendita ciudad de Madrid. Es cierto que si tienes algún requisito concreto la búsqueda se acota a la caza de un unicornio, pero también es cierto que nos hemos encontrado varias situaciones difíciles de creer.
El del coma. Sí, sí, un tipo en coma que tiene el piso a la venta (al menos eso dice el comercial) y que sale y vuelve o algo así, y por eso es imposible visitar la casa. O al menos ha sido imposible en los dos meses que hemos intentado ir.
El que si no compra no vende. Un tipo que tiene el piso en venta desde hace más de un año por lo visto, pero que no acepta visitas porque no quiere vender su piso (el que tiene anunciado, con dos cojones) hasta que se compre uno nuevo. Entiendo que quiera tener sitio al que irse, pero... ¿Por qué coño lo tiene anunciado a la venta?
El "tríplex". Venía anunciado como dúplex con entrada en la primera planta. Macho, ni una verdad. Es una casa de tres plantas, pero a la que se accede desde el bajo de un edificio, es decir, son tres plantas hacia abajo. Vamos, que si castigas a tu progenie la puedes mandar a las mazmorras. Es lo malo de reacondicionar antiguos locales comerciales, la luz en esos casos es imposible que sea natural.
El loft en Prosperidad. Otro relacionado con el anterior. Un loft curioso, con plaza de garaje... Lo que pasa es que el loft, de dos plantas tiene en la planta de abajo la plaza de garaje, el salón y la cocina. ¿Por qué? Pues porque era un local comercial. Hasta ahí, bueno, se puede aceptar. Además está bien reformado. ¿Cuál es el pero? Pues que la reforma se ha hecho sin licitación y no hay manera de homologarla. Vamos, que es tan ilegal como las obras de Monasterio y Espinosa de los Monteros. A-co-jo-nan-te.
El de la abuela dentro. Ir a visitar una casa ajena siempre es una experiencia un poco violenta, pero si encima llegas y la inquilina sigue ahí... Pues se hace duro. Y más duro cuando sabes que los hijos venden la casa para colocarla en una residencia. La pobre mujer defendía un mastodóntico mueble hecho a medida (cuando Felipe González era de izquierdas) y que yo sólo podía imaginar destruyéndolo a hachazos.
El de la familia dentro. Porque si una inquilina es mal, cuando tienes a una madre y a sus dos hijos que están haciendo los deberes, eso ya es triplete. Una gozada eso de interrumpir la intimidad de una familia... Encima la de la inmobiliaria nos dice que no hagamos preguntas porque la mujer y sus hijos están de alquiler y no saben que el piso se va a vender. Una verbena, vamos.
El de la reforma a medio hacer. Éste es tal cual reza su título. Un buen piso con una obra literalmente a la mitad y que la dueña ha decidido no terminar y que la pague el siguiente. Un buen ejemplo de cómo es este mercado: impredecible.
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