Una colección de historias, anécdotas, reflexiones y chorradas varias sin más objetivo que entretener

lunes, 30 de marzo de 2020

"The Model" de Balanescu Quartet

Hoy es lunes... Y toca canción (sí, normalmente es viernes el día de las canciones, pero estamos en circunstancias especiales, ¿no?). Concretamente se trata de "The Model", una pieza interpretada por Balanescu Quartet, un cuarteto de intérpretes de instrumentos de cuerda encabezado por Alexander Balanescu. Estos músicos hacen espectáculos con instrumentos de música clásica pero influenciados por la música moderna, como pasa en esta canción, que pertenece al álbum "Possessed" en el que se recogen versiones del grupo alemán de música electrónica Kraftwerk, cuya canción original de 1978 se llama igual ("Das Model", en alemán).


El caso es que tenía guardada esta canción en mi aplicación de notas del móvil después de haberla buscado con Shazam, y no recuerdo dónde la he oído. Lo que sí tengo claro es que el ritmo es fascinante y la melodía es de esas que se te quedan clavadas en la mente (razón por la cual está en esta sección), así que creo que lo mejor que podía hacer era compartirla. En esta ocasión no pongo la letra (porque la que me gusta es la versión instrumental) pero sí diferentes versiones de la canción la primera es la que me cautivó, la segunda una cantada con David Byrne el cantante de Talking Heads, y la última es la original). A disfrutarla.




viernes, 20 de marzo de 2020

El césped de San Siro

En mayo de 2010, hace casi diez años (madre mía), una semana después de que el Inter de Mourinho se proclamara campeón de Europa en el Bernabéu, nuestro grupo de amigos tenía un plan de fin de semana sencillamente inolvidable: la despedida de soltero de M. en Milán.

Era un plan sin fisuras (P. dixit) y que teníamos en mente desde mucho tiempo atrás. En cuanto uno de nosotros se casara, la despedida de soltero era fuera de España. El lugar daba igual, lo importante era coger un avión e ir para allá. Obviamente la organización de tan magno evento sólo podía recaer en tres personas: P., R. y yo mismo. Obviamente lo dejamos pasar malamente hasta que nos vimos obligados a elegir entre dos sitios (los más baratos para viajar en avión en las fechas que teníamos en mente) que eran Frankfurt y Milán. Yo en Milán ya había estado no hacía mucho (en una visita de la que nunca olvidaré que "sciopero" significa huelga en italiano) pero me daba igual, lo que no sabíamos era qué había en Frankfurt para divertirse. Le preguntamos a la futura mujer de nuestra víctima, que había estado allí, y su veredicto nos convenció de que no era el lugar adecuado para una despedida de soltero. Bueno, y que además era Frankfurt... Del Óder. No la Frankfurt que se nos ocurre de primeras, sino otra ciudad de igual nombre y cuyo aeropuerto (la magia de Ryanair) estaba a tomar por culo de la civilización. En resumen, ya tenemos plan, nos vamos a Milán.

Pillamos los vuelos y reservamos los hoteles (solo el Cabeza fue por su cuenta, si no recuerdo mal), y ya sólo quedaban detalles por pulir, como cuándo recogerlo y el disfraz. No recuerdo una mierda de las alternativas de disfraz que se propusieron, pero el escogido finalmente (de Pitufina) me parece majestuoso por dos razones: es ridículo, pero no muy ridículo. Total, que quedamos en recogerlo a su casa de entonces, a pocas calles de donde vivo yo ahora, la tarde del viernes.

Nos plantamos allí, con la complicidad de su futura mujer, y le colocamos el disfraz, justo después de que su perro (Lucas, que en paz descanse) le meara al cogerlo en brazos. Una vez puesto era difícil no reírse, la verdad, y el camino en metro hacia el aeropuerto es un recuerdo de los más divertidos que uno pueda tener. Recuerdo que ya en la Terminal 1 o 2 nos cruzamos con unos tipos que lo fliparon y que, tras dejarnos atrás dijeron en tono de chiste: "qué hijos de putaaaa". Aunque el mejor punto fue que al pasar a la zona de control le preguntamos a la persona que controlaba las tarjetas de embarque si podía pasar así y dijo: "sí, sí, esta mañana ya fueron dos o tres disfrazados". A veces uno cree ser muy original, y simplemente es un eco.

Una vez pasados los controles nos vino una desagradable sorpresa en forma de retraso. Eso significaban dos cosas: que no llegaríamos a coger el tren o el bus que sale del aeropuerto de Malpensa a Milán y que llegaríamos tarde a la farra. Total, que empezamos a deambular por las tiendas, compramos cartas para jugar, cervezas, comimos algo, etc. En el avión seguimos con las cervezas y jugando al mentiroso (por cierto, nuestro amigo D. es el peor jugador de mentiroso que he visto jamás).

Cuando llegamos a Malpensa comprobamos que, efectivamente, no había otra manera de llegar a Milán más que ir en taxi, y costaba 80 preciosos euros por vehículo. Algo que, pese a mi más que aceptable nivel de italiano, mi amigo R. sostenía que no podía ser y que lo debía haber entendido mal. Tras una segunda conversación, en la que el taxista debió pensar que éramos retrasados, cogimos dos taxis y nos dirigimos a Milán. Quien dice taxis dice vehículos de fórmula 1, porque los cabrones iban a 180 en la autopista. En el que iba yo, por cierto, mi amigo J. me hizo preguntarle de qué equipo era nada más entrar y luego nos llevó a la velocidad comentada mientras conducía con una mano y hablaba por el teléfono móvil con la otra. Alucinante.

Llegamos tarde al hotel, pero aún así, con nuestra Pitufina decidimos dar una vuelta para echarnos unas risas. La gente lo miraba, alguno decía algo, pero lo mejor fue la noche siguiente.

El sábado nos levantamos y nos fuimos a hacer turismo, lo que en Milán significa principalmente ir al Duomo y alrededores, y luego al Castello Sforzesco, que fue lo que hicimos (le dimos permiso para ir de persona a Pitufina), y terminamos comiendo pizzas (casi todos, hubo quien pidió una ensalada...) y brindando con limoncello al final. El caso es que después de comer fue cuando llegó el momento mágico del fin de semana.

Mientras dos de nuestra expedición decidieron irse a echar la siesta al hotel, el resto deambulamos un poco hasta que, cerca del Duomo, nos quedamos sentados preguntándonos qué hacer en ese momento. Entonces, A. dijo: "¿Y si vamos a San Siro?". Breves instantes de silencio, miradas cómplices, algún comentario tipo "estará cerrado" y alguna respuesta tipo "vamos y lo vemos dando la vuelta, total no tenemos nada que hacer" que nos convenció a todos. Si no recuerdo mal, yo tenía mirado cómo ir en una guía en papel que monté para la ocasión, y sabía en qué parada teníamos que bajarnos, así que allá fuimos.

Nos bajamos en la parada indicada, le preguntamos a un tipo que tenía un puesto ambulante y que nos dijo (en italiano, prendi quella strada e dritto, sempre dritto, cinque o dieci minuti): "por esa calle todo recto, siempre recto, unos cinco o diez minutos". He de hacer un inciso aquí, explicando que entonces no había una parada de metro al lado del estadio como hay ahora, sino que la parada en la que nos bajamos estaba a tres paradas de donde se encuentra la actual parada de metro al lado del estadio. ¿Qué significa esto? Que cinco o diez minutos eran más bien veinte o veinticinco.

En ese trayecto fuimos siempre pegados al lado de un recinto con una pared muy alta, preguntándonos qué sería lo que había al otro lado, y como el trayecto se alargaba, la curiosidad aumentaba. Hasta que nos encontramos con un repetidor de electricidad pegado a la pared, que si se escalaba permitía ver qué coño había al otro lado. Mi colega R. con la ayuda de P. consiguió subirse y, es curioso, no recuerdo lo que comentó que se veía al otro lado. Lo que sí recuerdo perfectamente es que, de repente, se oyó el sonido fuerte del comienzo de una sirena policial, nos giramos y allí estaba un coche de los carabinieri. Uno de ellos se asomó y, con una desidia típicamente italiana, dijo: "Sù" (abajo). La reacción de P. fue fulgurante, volver al suelo rápidamente mientras señalaba a R. como culpable, parecía de dibujos animados. Una anécdota más. Por cierto, lo que había al otro lado era un hipódromo.

Según nos acercábamos al estadio se incrementaba el número de pintadas y mensajes de los dos equipos milaneses, ya que Inter y Milan juegan allí como locales, nombrándolo generalmente Giuseppe Meazza para los interistas (nombre de un mítico ex jugador) y San Siro para los milanistas (nombre del barrio donde está el estadio). Recuerdo que a R. le encantó una que decía "Vale più un giorno di Zanetti di 1000 di Ambrosini" (vale más un día de Zanetti que mil de Ambrosini), e hicimos fotos.

El estadio se iba vislumbrando y, al menos a mí, recordaba bastante al Bernabéu (al actual, no al diseño Florentiniano que se tendrá en unos años). Llegamos a la valla de entrada al recinto y estaba abierta, algo que ya nos puso contentos, porque nos permitía ver el estadio más de cerca. Nos fuimos acercando y vimos que había placas de los trofeos que el Milan había conquistado (entiendo que al otro lado estarían los del Inter), pero lo mejor fue comprobar que la puerta de entrada al estadio propiamente dicho estaba abierta...

Nos mirábamos con una mezcla de estupefacción y alegría, con la sensación de que nos iban a echar en cuanto se dieran cuenta de que estábamos ahí (éramos siete tipos, no es que fuera difícil vernos) y, sin embargo, nos dirigíamos sin duda hacia la entrada. Y entramos.

Lo que sucedía allí es que se estaba jugando un torneo juvenil triangular entre el Milan, el Inter y el Atalanta, de tal manera que la entrada al estadio era gratuita y podías sentarte en la grada a ver cómo jugaban. Además de nosotros, los únicos que estaban en las gradas eran los familiares de los muchachos. Es curioso, jugando en San Siro, los chavales parecían menos emocionados que nosotros allí. Nos hicimos fotos en las gradas y en un fondo, sustrajimos (ok, lo hice yo) unas botellas de agua que tenía por ahí la organización, y también vimos los partidillos (recuerdo un lateral izquierdo del Inter, espigado, que tenía muy buenas maneras y que, probablemente, no haya llegado a nada). Pero nos faltaba el toque mítico: pisar el césped de San Siro.

Según se terminó el último de los partidos, bajamos a pie de campo a ver si nos podíamos colar, estaban los jugadores, los organizadores, árbitro, familiares... Intentábamos usar la confusión para, al menos, tocar un poco del verde de tan mítico estadio. Pero no se pudo. Y lo digo honestamente, porque le he echado cara en ocasiones para colarme en sitios, y aquí, verdaderamente no se pudo. Nos quedamos con un poco de frustración, pero mirándolo con perspectiva, fue una anécdota fantástica e inolvidable. Menos para los dos pringados que se fueron a echar la siesta, todo hay que decirlo (en relación a esto, J. le pegó un zasca a uno de ellos sencillamente inmejorable, por cierto).

Después de San Siro volvimos al hotel, descansamos un rato, y nos fuimos de marcha a la zona de Navigli, que son como unos canales tipo Venecia que hay en Milán y en los que hay mogollón de antros. Obviamente ahí ya llevábamos a la Pitufina luciendo sus mejores galas, y la gente no paraba de llamarla por su nombre: "Eh, Puffetta". Si llegamos a hacer esto ahora, nos habrían llovido las peticiones de fotos. Si no recuerdo mal,hicimos el típico aperitivo del Norte de Italia, es decir, copazo y buffet libre, y salimos a pasear por la zona. Saqué un 9x8 en sombreros borsalino a un tipo que probablemente fuera de Bangladesh, compramos alcohol, comimos pizza (yo vomité una porque no podía ni respirar para tragármela), seguimos bebiendo, nos hicimos coleguitas de unos italianos que iban con una dominicana, buscamos un club de striptease para que al novio le hicieran un lapdance, caminamos como hobbits y, al llegar (más allá de las 5 de la mañana) nos dijeron que no podíamos entrar, con lo que nos volvimos en taxi al hotel. En resumen, un día completamente cojonudo.

Al día siguiente cada uno amaneció como pudo (recuerdo que Á. se fue andando al Duomo y se compró un banderín de la Sampdoria y volvió, también andando, para desayunar), nos preparamos y nos fuimos a aprovechar lo que nos quedaba de domingo de turisteo. A la hora de comer, nuestro siempre solidario amigo R., en su cruzada en contra de los establecimientos de comida rápida, se negó a entrar en un Burger King, porque prefería pagar por un bocadillo pequeño y con jamón malo (un triste pannino) seis euros en vez de pagar más o menos lo mismo por un menú más completo, así que tuvimos que adaptarnos. Luego fuimos a la Stazione Centrale de Milán, de donde, además de los trenes, salen los autobuses para los aeropuertos. No es que fuéramos sobrados de tiempo, pero llegamos razonablemente bien para coger el avión. Ya en Madrid, volvimos en metro igual que habíamos salido, y nos despedimos con un abrazo según llegaban nuestras paradas.

Probablemente me haya dejado anécdotas igual de buenas y de graciosas por el camino (me estoy acordando ahora de la sección de viento que había en mi habitación, con P., D. y yo mismo roncando como osos y diciendo que eran los otros los que roncaban), pero creo que la esencia de lo que fue ese fin de semana sí queda en lo que he escrito. Llevaba mucho tiempo queriendo plasmar por escrito lo que vivimos y, dado que el coronavirus me ha dejado tiempo que rellenar, lo hago ahora, y además aprovecho el número redondo (ésta es mi publicación número 500 en el blog).

martes, 17 de marzo de 2020

"Epitafios"

(...)
- El otro día me quedé pensando en lo que me gustaría que pusiera en mi tumba cuando me muera.
- ¿Quééééééééé?
- Sí tío, en las palabras que quiero que pongan en la losa cuando me vaya al otro barrio.
- Pero... ¿Por qué coño estabas pensando en eso?
- No sé, estaba en clase, me aburría, y me dio por pensar en eso.
- Me gustaría entender qué tipo de procesamiento mental te hizo llegar a eso, la verdad.
- Pues estaba en clase en la universidad, pensé en que me moría del aburrimiento, y empecé a darle vueltas a la literalidad de morirse, y en que sería divertido que pusiera en la lápida: "Fulano, murió de aburrimiento en clase de tratamiento digital de señales el 17 de marzo de 2020". Y luego pues me dio por pensar en qué me gustaría que pusiera en la mía cuando la espiche.
- ¿Y a qué conclusión llegaste?
- Pues si te soy sincero... A ninguna. Pensé en cosas típicas como eso de "amado esposo, excelente padre, hijo ejemplar...", y me di cuenta de que no tengo novia, con lo que las dos primeras no se pueden dar todavía, y que no veo a mis viejos diciendo que sea un hijo ejemplar, precisamente.
- Ahí tienes razón, porque después de lo de Gandía de hace tres años...
- Calla calla, que todavía me lo recuerdan cada vez que hay ola de calor y sale el típico reportero en la playa con gente bañándose en febrero.
- Normal.
- Ya...
- ¿Y qué más pensaste?
- Pues que sería de puta madre tener algo singular que poner. Tipo frase ingeniosa o hecho relevante del que seas protagonista.
- ¿Algo como "Antonio Pérez, blablabla, disculpe que no me levante".
- Jajajajaja. Justo algo así. O algo como "Isabel Díaz, revolucionaria inventora que trajo felicidad a los hogares del mundo con la creación del Satisfyer".
- Estaría guapo, la verdad. Pero no veo que ni tú ni yo estemos en condiciones de inventar nada relevante, y las frases ingeniosas tampoco son nuestro fuerte.
- ¿Te imaginas? "Pedro, ingenioso economista que desarrolló el sistema para ahorrar estando de vacaciones".
- Tú eres un cabrón.
- Venga coño, no te enfades, que era broma.
- Sí, broma mis cojones.
- Reconoce que un poco rata sí eres, y que aquello del verano con la tienda de campaña fue un prodigio logístico y económico.
- Es que no hacía falta gastar más de lo que gastamos.
- Coño, mamón, es que ni os duchabais.
- Íbamos a la aventura.
- Sí, pero claramente no era una aventura limpia, jajajajajaja.
- Tu puta madre sí que es limpia.
- Menos cuando se lo hace contigo, que dice que te gusta si tiene olor a sobaco.
- Serás gilipollas.
- Yo también te quiero, Pedrito.
- Subnormal, ¿y qué pondría en tu lápida? ¿"Rafa, prodigioso ingeniero que dedicó su vida al estudio"? Porque no veo que estés ni cerca de trabajar después de mil años estudiando. Ahí sí que vas a aprender lo que es la vida de verdad.
- ¿Tú crees que trabajar va a ser más duro que la puta carrera que estoy haciendo?
- Hombre...
- No tienes ni puta idea de lo que dices.
- Ya veremos.
- Mira, esa sí sería una buena frase para poner en la lápida.
- ¿Cómo?
- Juan García, muerto en Madrid, blablabla, últimas palabras: "Ya veremos".
- Pues quedaría bien.
(...)

miércoles, 4 de marzo de 2020

Libros Leídos Febrero 2020

El mes más corto del año (en 2020 un poco más largo) terminó y ya es hora de hacer la reseña de las lecturas que tuve en el mismo. Como sigo sin viajar por trabajo, ha sido un mes prolífico, con 8 libros en total (seis en español, uno en inglés y otro en italiano), de los cuales siete fueron novelas y el otro un cómic. Siguiendo con la numeración de los libros leídos durante el año, tenemos:

11. "Valor" de Clara Usón. 320 páginas (e-book).

Al contrario de lo que ocurre en otras novelas o colecciones de relatos, en los que historias independientes tienen referencias o personajes que se cruzan, en "Valor" las historias no se cruzan sino que forman un todo que se va desmenuzando, como un ovillo del que se va desenmarañando el hilo de la historia. De este modo, el lector se ve ligeramente abrumado al inicio de la novela, por cómo aparecen las distintas tramas entremezcladas, y se va metiendo en la narración poco a poco. Si Clara Usón hubiera escrito este libro de manera clásica, con los personajes como comentaba al inicio, el resultado seguiría siendo muy bueno, porque está muy bien escrito y te mete muy fácil en la historia que cuenta, pero perdería esa originalidad en el esquema a la hora de narrar. Muy buena novela.


12. "unastoria" de Gipi. 128 páginas (tablet).

En "unastoria", al contrario de lo que pueda indicar el título, Gipi narra dos historias: la del escritor Silvano Landi, un reconocido escritor que sufre una crisis personal ante el vértigo de la muerte y el tiempo vivido, y se ve recluido en un hospital psiquiátrico, y la historia de su antepasado Mauro Landi, soldado en la I Guerra Mundial que hace lo necesario para poder volver a casa. El estilo lírico a través de imágenes diseñadas por Gipi acompaña perfectamente el tono de ambas tramas, y la obra es verdaderamente una delicia.


13. "La hija de la española" de Karina Sainz Borgo. 220 páginas (e-book).

En Venezuela la vida y la sociedad cambiaron de manera radical desde antes de la llegada de Chávez al gobierno hasta que su mandato se empezó a pudrir (con su sucesor la cosa lleva podrida bastante tiempo). Si alguien quiere hacerse una idea de cómo de grave fue ese cambio, sólo tiene que leer esta novela. La doble trama que su autora desarrolla en paralelo, evocando la infancia y crecimiento de la protagonista mientras narra cómo sobrevive en un presente insoportable (e increíble para quien vivió cómo era la sociedad venezolana anterior), hacen que el lector se zambulla en la realidad de la Venezuela actual sin paños calientes. Puede que le sobre un poco de lirismo y que haya partes de la trama que no se sostengan mucho, pero como retrato de una sociedad en un momento concreto, es un libro muy valioso.


14. "Las pesadillas del marabú" de Irvine Welsh. 335 páginas (e-book).

Postrado en una cama de hospital, en coma, Roy Strang rememora cómo ha llegado hasta allí (una vida de violencia, abusos, complejos...) mientras se interna en fabulaciones imaginarias (las pesadillas del título) y recibe diferentes visitas en su habitación. Welsh utiliza diferentes tipos de narrativa según esté contando cada una de las tres situaciones, entremezclando incluso cuando salta de una a otra, algo que ha hecho en varias de sus obras. Quizás la parte más floja de la historia sea toda la que tiene que ver con esa parte imaginaria de la caza del Marabú, que como contrapunto no está mal, pero que se desvía demasiado de la verdadera historia, la de Roy Strang, violento "casual". Ahí es donde sí se ve la maestría del escocés en la narración de historias arrabaleras: familias desestructuradas, violencia de todo tipo, drogas, clases bajas... El libro sería de lo mejor de Welsh si se quitara toda esa parte de la caza.


15. "Tiempos recios" de Mario Vargas Llosa. 352 páginas (e-book).

En "Tiempos recios", el Nobel peruano Mario Vargas Llosa traza algo parecido a una secuela de "La fiesta del chivo", donde narraba la caída del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, contando ahora los vaivenes políticos en la Guatemala de los años 50, donde hubo un intento de democratización del país que suprimido por golpistas militares auspiciados por el gobierno de EEUU. A través de personajes reales (aquí aparece de nuevo Johnny Abbes García, el infame esbirro de Trujillo) y ficticios, Vargas Llosa compone una excelente historia de lo ocurrido en tan convulsos tiempos en el país centroamericano. De esos polvos vienen estos lodos, dice el refrán, y en el caso de Guatemala se ven cuáles fueron los polvos en esta fantástica novela.


16. "GB84" de David Peace. 480 páginas.

Ambientado en la huelga minera de 1984-85 en Gran Bretaña, este libro narra, de manera novelada, cómo se desenvolvían los diferentes protagonistas del suceso (mineros, piquetes, esquiroles, gobierno, sindicatos, sujetos contratados para la guerra sucia...). Como pasa siempre en la obra de David Peace, las frases son cortas y, en algunos casos, repetitivas, buscando un estilo directo y constante. La estructura de la narración es original, la puesta en escena es fantástica, al leerlo de veras te ves en ese sitio y en esa época, y el devenir de los hechos está narrado con buen ritmo. Sin embargo, varias de las tramas o son flojas (toda la del mercenario encargado de sabotear los paros es difícilmente justificable) o repetitivas (los diarios de Peter y Martin, dos mineros en huelga, no aportan nada a lo que se va contando en cada capítulo), con lo que a veces el lector se encuentra con ganas de pasar esa parte para llegar a lo más interesante. Es un buen libro, pero no un gran libro.


17. "El dolor de los demás" de Miguel Ángel Hernández. 312 páginas (e-book).

En la Nochebuena de 20 años atrás, en la huerta murciana, el mejor amigo de Miguel Ángel Hernández asesinó a golpes a su propia hermana y se suicidó tirándose por un barranco. En este libro, además de reconstruir lo ocurrido desde su perspectiva individual, el autor narra cómo ese hecho lo persiguió desde ese momento y cómo fue el proceso de desarrollo y creación de la novela (como Carrère o Cercas). Fuera del impacto de semejante hecho luctuoso, lo que le llega al lector es un ejercicio de honestidad brutal del autor, que se expone emocionalmente, volcando en la historia todo lo que siente mientras trabaja en el libro y lo que sintió cuando ocurrieron los hechos. Sólo le pondría un pero, y tiene que ver con el final: habrá a quien le baste con lo que se cuenta y a quien le parezca que se quedó un poco corto. Yo soy de los últimos, aunque entiendo que se quedara donde lo hizo.


18. "Toda una vida" de Robert Seethaler. 144 páginas (e-book).

En "Toda una vida", el escritor austriaco Robert Seethaler nos narra, como el propio título indica, toda la vida de Andreas Egger, desde su llegada a un pueblo en las montañas (no se sabe cuáles pero se intuye que los Alpes alemanes o austriacos) hasta su muerte en ese mismo pueblo. En ese devenir, el lector ve cómo fue su infancia de hijo no deseado de la cuñada de un granjero (que lo trata casi como a un esclavo), cómo conoce a Marie, cómo va a la II Guerra Mundial... Se trata, no sólo de un retrato de un personaje sencillo, carente de maldad y que afronta los problemas con una parsimonia ejemplar, sino el propio retrato de cambio de una sociedad a través de lo que ve ese personaje durante la mayor parte de las décadas del siglo XX. Es un libro fantástico, de esos que no puedes dejar de leer y que da pena terminar.