Que Damien Chazelle es un melómano irredento nos quedó claro en su anterior película, "Whiplash", en la que la música era el tercer personaje dentro de la confrontación entre el talentoso joven aspirante a músico y el ferozmente exigente profesor que lleva la banda de jazz del centro. La banda sonora de esa película, además de las interpretaciones de los protagonistas (sobre todo la del profesor, que consiguió el Oscar), son sencillamente magistrales. Pero en "La La Land", Chazelle se ha superado.
Lo que más me gusta de "La La Land" es la sensación de que se trata de un producto redondo, una verdera obra de arte completa, como si fuera una pieza de un material puro que tuviera una figura característica y en la que no se vieran fisuras. Los números musicales están hechos con estilo, la banda sonora de esas que quieres que te acompañe el resto de tu vida, los actores están francamente excelsos, la puesta en escena es fantástica, el vestuario es sencillamente genial, pero lo mejor de todo es el guión. En un claro homenaje al cine clásico, ¿cómo se puede honrar mejor esas películas que con un buen guión? El cine de antes se sustentaba principalmente en un buen guión y unos buenos actores, pero desde hace tiempo la imagen ha primado sobre los dos pilares primigenios, dando lugar a montones de filmes con mucha fanfarria pero poca sustancia.
En esta película, Chazelle nos cuenta una historia de sueños y de amor, y lo hace tan bien que sigues pensando en ella durante días, porque nos gusta que nos cuenten buenas historias, y "La La Land" es una historia preciosa y fantásticamente bien contada. A destacar, dentro de una obra maestra, el último número de la película (es apoteósico), que deja al espectador con un regusto a cine del bueno, de ese que hace que quieras volver a la sala oscura y la pantalla grande una y otra vez.
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