Sí amigos, ayer cumplí 33 añitos. La edad de Cristo, que se suele decir, aunque en realidad se omite que el buen hombre no cumplió más, dato bastante reseñable, para qué engañarnos porque ahora que los tengo se me hacen pelín cortos para irse al otro barrio, la verdad. Volviendo al tema, ayer lunes fue mi cumpleaños y decidí que la mejor manera de honrar tan magna fecha (los franceses hicieron un desfile y todo, en mi honor, jajaja) era preparándome un día de vacaciones (pedí el día en el curro) completito.
Mi día de cumpleaños comenzó con el dulce regusto de la victoria alemana en la final del Mundial, no sólo porque los alemanes fueran el mejor equipo del campeonato y merecieran ganar por su juego, sino porque palmaron los siempre engreídos (y la mayoría de veces sin razón para ello) argentinos, marrulleros, carentes de juego y mal perdedores. Bueno, y también porque así de paso acertaba el campeón de la porra cuya previsión ya puse por aquí en su momento. Me fui contento a dormir, la verdad.
Tras unas placenteras horas de sueño, me levanté una hora y media más tarde de lo habitual, me vestí y fui a desayunar con mi familia al VIPS del metro Sevilla. Para el que no lo sepa, el desayuno del VIPS es uno de esos lujos al alcance de casi todos y que merece la pena disfrutar de vez en cuando. Concretamente deglutí un fantástico desayuno americano, es decir, huevos fritos con bacon y tortitas con sirope de chocolate, con una Coca-cola de bebida. Me quedé completamente satisfecho.
De ahí fui a la tienda Futbolmanía de la Puerta del Sol, donde, tras mucho mirar, terminé adquiriendo unos pantalones blancos del Real Madrid. Tenía ganas de volver a tener unos pantalones de esas características, porque tenía unos (adquiridos en 1995 y que me duraron más de 15 años) que se estropearon en un enganchón. Estos eran de hace dos temporadas (la equipación más bonita del Madrid en bastante tiempo) así que no dudé mucho cuando los encontré, y el precio me terminó de convencer.
Con mi compra de rebajas, volví a casa y, una vez allí, me preparé para ir a la piscina. Estuve una hora nadando (106 largos, algo más de dos kilómetros y medio). Vaya placer el que encuentro nadando, alguna vez he de escribir sobre eso por aquí, porque la sensación que tengo durante y después del ejercicio natatorio es de puro placer.
Tras el gozo acuático vino el gastronómico, ya que encargué comida italiana a domicilio (hay un restaurante cerca donde se come de fábula, la Trattoria La Famiglia). Pasta de dos clases y pizza, con tiramisú de postre...No hay comida que me guste más esa...Mmmmm, qué rico estaba todo.
Después de reposar la comida, nos preparamos para ir al cine, porque Kinepolis me regalaba la entrada por ser mi cumple y decidí invitar a la familia. La película ("Mil maneras de morder el polvo") era malucha, de reírte en 5 ó 6 gags y poco más, pero lo suficiente para entretenerte un par de horas.
A la vuelta a casa estuve leyendo tranquilo cerca de una hora y después fui a tomar un par de cañas a un bar cercano. Terminé el día viendo un capítulo de Castle. Pensándolo diría que fue como una jornada habitual de mujer de futbolista: desayuno pijo, rebajas, deporte, comida exótica, espectáculo y demás. No es inmejorable, pero fue un gran día.
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