Hoy se ha anunciado que el Premio Nobel de Literatura de 2020 es para Louise Glück, sí, claro la poetisa americana, ah, ¿no te suena? Pues no, oiga, no me suena. Igual que no me suenan (ni me sonaban) Peter Handke u Olga Tokarczuk. Es como si la Academia sueca hubiera decidido volver a la senda de los escritores desconocidos después de habérselo entregado a Kazuo Ishiguro y Bob Dylan en dos años consecutivos.
Da la sensación de que el Nobel tiene que cumplir con una serie de requisitos absurdos que para nada tienen que ver con la Literatura, como la raza, el sexo, o la religión del escritor o escritora. ¿Cuánta gente ha leído a Louise Glück? Porque no me molesto ya en preguntar cuánta gente la conocía esta mañana antes del anuncio. ¿Cuál es el objetivo del Premio Nobel de Literatura? ¿Qué premia? Porque según la Academia, el premio es para escritores que sobresalen por sus contribuciones en el campo de la Literatura. ¿Cómo puede contribuir alguien a la Literatura si lo leen cuatro personas?
No digo que haya que premiar a los escritores más leídos, válgame Dios, ni Ken Follett ni Pérez-Reverte tienen calidad literaria como para ser premiados en nada, pero, ¿por qué hay que buscar a personajes de nicho? ¿Por qué han de ser de países remotos o de situaciones pintorescas? ¿Por qué se habla más de lo exótica que resulta su elección que de los libros que ha escrito? Pues porque nadie los ha leído.
El Premio Nobel se ha convertido en la lotería de los escritores, dado que todos tienen las mismas opciones de ganarlo, ya seas el ínclito eterno aspirante Haruki Murakami o una escritora de Papúa Nueva Guinea que sólo escribe en lengua local. Eso sí, el premio gordo se lo lleva la editorial que tenga al premiado, porque sólo con la curiosidad se venden muchos libros. ¿Es eso de verdad lo que quieren premiar?
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